Un cuento de Navidad
Pedro miraba por la ventana. Su mirada estaba perdida en el horizonte a través de una helada llovizna.
- Esta noche nevará - pensó.
Era Nochebuena. y su preocupación le alejaba de sus hijos que jugueteaban por la casa. Sus pensamientos maldecían su suerte, su mujer murió hacía dos años y le había dejado con Carlos, que a sus siete años no parecía entender el mundo que le rodeaba, y Pedrito, una criatura callada de cinco, callado seguramente porque no había tenido madre. Ya ni recordaría su cara.
La perdida de Clara había sido un palo muy duro del que todavía no se había repuesto, y desde entonces las cosas le iban de mal en peor. Seguramente no le había prestado suficiente atención al pequeño bar que regentaba y las deudas, sin que le mandaran a la ruina, no desaparecían.
- Hace un año, se dijo, hace un año que apareció ese mal nacido sin escrupulos.
El agua se parecía más a copos de nieve, y un viento del norte inclinaba su trayectoria. Pensaba en la nochebuena del año anterior. Un individuo entre en su bar y pidió un café.
- Podría poner la tele.
Pedro tenía un pequeño televisor en una esquina que encendía alguna vez para ver el futbol, normalmente sólo, porque no había muchos clientes que quisieran ver nada en su pequeña tele.
Pedro le puso la tele e inmediatamente el individuo se identificó como detective de la SGAE y despues de decirle que llevaba años sin pagar derechos de autor, le dijo que tenia que pagar diez mil euros por tener televisión en el bar. Pedro no lo podía creer y amablemente le echo del bar. Pero que se han creido estos idiotas pensó. Un mes despues recibió un notificación de demanda.
Ya casi había pasado el plazo para recurrir. Había perdido el juicio y tenía que pagar lo que le exigían, mas otros cuatro mil de gastos y ya no tenía nada con que pelear, no tenía ni para el recurso. Estaba en la ruina, iba a perder el negocio, la casa y seguramente a sus hijos. Los miró de reojo mientras reían a carcajada limpia porque se empujaban jugando y caían levantando los pies. No se imaginaba como sería la inocencia, ajena a la avaricia y a la maldad, ajena a la falta de escrupulos y compasión, un mundo donde todo era bueno o divertido sin más.
Volvió a mirar por la ventana y sintió que le tiraban de la camisa hacia abajo. Era Carlos que con los ojos iluminados le dijo:
- Vamos a ver belenes.- Su madre siempre les llevaba a ver belenes. A él le parecía una tontería y siempre se quedaba en casa.
No tenía nada mejor que hacer, así que cogieron el coche y se fueron. El tráfico era infernal y cansado se desvió por una puqueña calle que no conocía. Despues de dar unas vueltas sin rumbo se encontró con una pequeña iglesia y decidió parar.
Cuando entraron en la iglesía le parecio un lugar triste. Las paredes necesitaban pintura y no tenía casi nada, salvo un pobre crucifijo detras del altar.
Carlos echo a correr hacia la izquierda, allí había una capillita donde había un señor poniendo un belen. Era modesto, pero tenía luces y alguna figura que se movía. de repente se fijó en el Niño, parecía que tenía luz propia y sintió una estraña paz que hacía mucho tiempo que no sentía. Ni siquiera era capaz de recordar si alguna vez se había sentido así, y una pequeña lágrima se le escapó.
- Le gusta, -oyó que le decían por detrás-, se encuentra bién.
Se volvió y vió al señor que estaba colocando el belen. Tenía un aspecto amable y su semblante irradiaba paz. No sabía como, pero acabó contandole todo lo que le pasaba. Habían congeniado enseguida, Sebastián, que así se llamaba, tenía 63 años y ayudaba voluntariamente al parroco de esa iglesia, aunque el no era de allí, pero la iglesia era pobre y prefería ayudar allí que en otro sitio. Hacía de todo, desde sacristan hasta de fontanero, echaba una mano a la gente del barrio que necesitaba ayuda, visitaba enfermos.....
Despues de hora y media se fueron. Se sentía bien, muy bien y ya no le importaban tanto sus problemas.
Pasaron los días, era el día de Reyes. Esa noche "pasarían" por su casa unos pobres reyes que dejarían un par de juguetes de segunda mano que le habían dado en Caritas. Estaban muy bien cuidados, pero el estomago se le contraía sólo de pensarlo. Sus hijos estaban en casa de los vecinos, porque no soportaba verlos ese día con la ilusión que tenían pensando en lo que verían a la mañana siguiente.
Sonó el timbre. -Ya están aquí- pensó-, pero al abrir la puerta vió a un joven bien vestido, con traje y corbata con aspecto de ser caros.
- Me llamo Andrés González, soy abogado del bufete Gómez, Larrainzar y Asociados. Don Sebastian que corre con todos los gastos, nos encargó su caso. Lo hemos estudiado y si usted nos acepta vamos a ganarlo. Además Don Sebastian le adelanta tres mil euros a cuenta de la indemnización que tendrá que pagarle la SGAE porque los vamos a machacar.
Pedro no se lo podía creer, firmó los papeles y salió corriendo casi sin despedirse de Andres. Esa noche los Reyes magos habían pasado por su casa.
Seis meses despues ganó el recurso y demandó a la SGAE, que tuvo que indemnizarle con 15.000 euros. Quiso devolverle el dinero a Sebastián pero le fué imposible, por lo que se los dió al parroco de la pequeña iglesia, -dele las gracias al Niño Jesus- le dijo al parroco cuando se los entregó.
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